domingo, 23 de septiembre de 2007

Como la mujer de un torero

Así me siento yo cuando voy a ver al alemán correr. La primera vez fue una media maratón y sufrí como pocas veces en la vida, viendo pasar el tiempo y que él no llegaba. Tenía miedo a que se desmayara o llegara a rastras. Hacía un día de perros y era la primera vez que corría una distancia tan larga. Además tenía que subir desde Cangas de Onís hasta Covadonga y volver. Pero al final no lo hizo tan mal y cuando consiguió que la cara se le descongestionase (porque el pobrecito en cuanto empieza a correr se pone rojo como un tomate) irradiaba una felicidad como pocas veces.

Esta vez yo estaba un poco más tranquila porque corría por aquí y sólo eran 6 kilómetros. Cuando digo sólo, no quiero quitarle importancia a la carrera, yo no sería capaz de correr esa distancia, pero sé que él sí. Llegó en el puesto 37 de su categoría. Un buen resultado.

El caso es que a mi me pasa una cosa muy curiosa y es que no puedo evitar emocionarme cuando llega el primero o uno muy viejo o algún niño o la primera mujer o alguno muy jodido. Vamos, que me emociono con casi todo. Menos mal que hoy llevaba gafas de sol, porque cuando vi llegar a una de mis alumnas de 10 años casi me da mal. Los niños corrían la mitad de la distancia, pero aún así me parece digno de admiración.

Pues hoy le tenía que dedicar esta entrada a mi alemán porque es MI HÉROE.

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